CABILDO - Por la Nación contra el caos |
Diecisiete años después de la Victoria Católica de Lepanto, unaquelarre reunido por la pérfida reina Isabel I de Inglaterra conseguíaderrotar la Armada de Felipe II de las Españas. El desastre fue como un susurroque se hizo cada vez más audible hasta convertirse en fuerte voz de un Imperiobabélico de océanos y mares que iba a subsistir durante tres siglos. La Centuria XVI asistía a la inversión de los fundamentos denuestra cultura. La Cristiandad se dispersaba y una página del Misterio deIniquidad comenzaba a escribirse. La Reforma —escribe Oswald Spengler—declaró la abolición del aspecto más brillante y consolador de lo divino, elculto de María, la veneración de los Santos, las reliquias, las peregrinacionesy la Misa. “Clérigos y monjes apostataron para librarse de obligaciones, losPríncipes encontraron la manera de enriquecerse apoderándose de las tierras dela Iglesia. El dinero desarrolló la usura con la ética del lucro justificadapor los heresiarcas anticatólicos. Los cimientos de la autoridad fueroncuestionados y los hombres se rebelaron, abriendo cauce a la licencia y ellibertinaje”. El amotinamiento comunista anabaptista, con Juan de Leyden, fue elpreámbulo. En decenios se establecería el dogma inmanentista y demoniocráticode la “soberanía popular”, donde la Verdad dejaría de ser tal, para caer dehinojos ante las mayorías relativistas. El caballero cristiano era sustituidopor el cobarde burgués filisteo. Se hizo presente la Modernidad, donde elIluminismo racionalista antiteo creaba monstruos y decretaba la muerte de Dios.A ese torbellino horroroso la humanidad había sido lanzada por súcubos del non serviamcomo Lutero, exponente del libreexamen, junto a Calvino, frío fanático judaizante, a los que adhirió EnriqueVIII, sádico y lujurioso hipócrita. Frente a esa Europa de iscariotes se levantaban las Españas de losAustrias, heredera de Grecia y de la Roma restaurada por Carlomagno, Othon y el César Carlos V. Era el Imperium defensor de la escolásticacristiana, de San Agustín y Santo Tomás de Aquino, mientras misionabaemprendiendo Cruzadas en las cinco partes del mundo. Combatía con la Cruz y laEspada por el Orden Romano que detenía (ToKatechon) al Anticristo. En el siglo XVII, Inglaterra, en las antípodas de lo antedicho,cultivaba la ética del utilitarismo y del individualismo desarraigado. Susmercaderes incidían ya decisivamente en la política exterior, cuyo objetivo erala destrucción del Imperio de las Españas y el Katéchon,la fuerza retardatoria. Sus efectos fueron rápidos. En 1670, por el Tratado de Madrid,pusieron pie en Jamaica y Bermudas. En 1680, detrás de los lusitanos de Coloniado Sacramento que pretendían extender su dominio hasta el Plata, estaban losmercachifles y sus diplomáticos hiperbóreos. El accionar se multiplicó a través de los grupos masónicos queconjugaban el verbo destruir. Las pruebas de sus acciones son claras. Masoneslimeños alentaban la rebelión bárbarade Tupac Amarú (1780). Gual y Españaconspiraban en Venezuela (1797),en tanto Nariño cumplía con sus “trabajos”en Nueva Granada (1794) y eran aceptados los planes “independentistas”de Miranda por parte del ministro Mr.Pitt. Maniobra movida por un grueso error de cálculo, pues al no haber tropaspeninsulares en los Reinos de Indias muy fácil hubiera sido a los quincemillones de americanos, de haberse sentido oprimidos, anular la Real Cédulade 1519. Pero los anglosajones tenían poca experiencia del hoy tan comúndogma mesiánico que ve en los gobiernos no modelados por los “libresconstructores” una tiranía de la que los pueblos quieren liberarse. Sobre estos tópicos meditábamos tiempo atrás por las rutas de Españacuando el Bicentenario de la rendición británica de 1807. Y quisimos honrarlaorando en Granada ante los sarcófagos de Fernando e Isabel, los Reyes Católicosdel Yugo y las Flechas, porque en su gesto y su gesta está el origen de nuestraPatria Grande Hispanoamericana. Ella es hija del Misionero y del batallar de laReconquista pintada así por el poeta: “¡Oh Dios! los estandartes de losCaballeros se cernían como pájaros en torno a tus enemigos. Las lanzaspunteaban lo que escribían las espadas; el polvo del combate era la arenillaque secaba el escrito y la sangre lo perfumaba”. El nuevo punto de nuestra peregrinación fue el hermoso paraje de laSierra de Madrid llamado Cuelgamuros, donde se yergue el monumental Valle delos Caídos. Hacia su encuentro marchamos. Desde muy lejos divisamos la SantaCruz con sus 150 metros de altura que corona un conjunto de bellísima canteríaque es Basílica, Monasterio y Centro de Estudios Sociales. Su Fundador, el Caudillo Francisco Franco, que allí espera laResurrección junto a José Antonio y a miles de guerreros que se enfrentaron,quiso, y son sus palabras, que el lugar fuera “refugio para las almassedientas de meditación y silencio, y faro para los espíritus con el ansia de la Verdad”. Luego de recorrer los 260 metros de la nave central de la Basílica,llegamos al crucero en el que bajo una cúpula de treinta y tres metros de diámetrose ubica el Altar Mayor con un santo Crucifijo. Ante él nos arrodillamos conprofunda emoción para rezar por la Hispanidad y hablarle al Camarada Primo deRivera con versos de Antonio Caponnetto: “Yalos cantores en racimos prietos nombraronde Falange angelerías. Hastael lucero, como tú querías fulgela guardia con sus ojos quietos. Nadaresta agregar, la buenanueva tardaen llegar, y apenas si retumba uncañón olvidado en Somosierra. Siendoinvierno en mi vida y en la tierra sóloquiero decirte que a tu tumba fuicara al sol con la camisa nueva”. Luis AlfredoAndregnette Capurro |
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