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"La primera víctima en una guerra es la verdad". Anónimo. En estos días, la tilinguería seudoizquierdoza, ha bramado ante la pu...

lunes, 14 de marzo de 2011

La muerte de David Viñas.

CULTURA


Falleció David Viñas: uno de los mayores intelectuales de la izquierda
argentina
POR LEANDRO ALBANI
(de la Redacción de Resumen Latinoamericano
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David Viñas es uno de los intelectual más lúcidos que tuvo Argentina y
América Latina. Crítico y polémico, desde el marxismo no sólo analizó la
realidad sino el rol de las más diversas corrientes literarias
Resumen Latinoamericano/AVN - El intelectual, escritor y dramaturgo
argentino, David Viñas, falleció anoche en Buenos Aires a los 83 años,
como consecuencia del agravamiento de un cuadro infeccioso, producto de
una neumonía de base.

Autor de novelas como Los dueños de la tierra, Un dios cotidiano, Dar la
cara y Poner el cuero, también escribió los tomos de Literatura
argentina y realidad política.

Padre de María Adelaida y Lorenzo Viñas, militantes revolucionarios
asesinados por la dictadura militar argentina (1976-1983), por esa época
conoció el exilio del que retornó en la década del ochenta.

Duro crítico de la oligarquía argentina, particularmente del diario La
Nación, Viñas se erigió como uno de los intelectuales más lúcidos del
pensamiento latinoamericano, no sólo para analizar desde la literatura
la dominación cultural, sino las posturas de la izquierda y sus
conceptos políticos.

Polémico, admirado, sin callar nunca una sola idea que pensaba, David
Viñas describió la época del neoliberalismo en Argentina, durante el
gobierno de Carlos Menem (1989-1999), como una sociedad de favelas y
fachadas, donde hacia el mundo se proyectaba un país exitoso y del
primer mundo, y en lo interno se multiplicaba la pobreza.

Según el escritor Ricardo Piglia, ?uno de los ejes de la obra de Viñas
es la indagación sobre las formas de la violencia oligárquica. Sobre
todo la dominación oligárquica, la persistencia de esa dominación y sus
múltiples manifestaciones en distintos planos de la historia nacional?.

Como el propio Viñas explicaba en las solapas de sus libros, había
nacido en 1929 en las esquinas de la calle Talcahuano y la avenida
Corrientes de Buenos Aires.

Y por esa avenida era común verlo todos los días, sentado en algún bar
con el diario La Nación desplegado sobre la mesa y una lapicera en mano
haciendo anotaciones sobre el periódico, fundado por la poderosa familia
Mitre en los albores del siglo XX.

Fundador y codirector de Contorno en 1953, esta revista tuvo un fuerte
impacto en el plano intelectual argentino, por sus concepciones de la
nueva izquierda y la crítica a los grandes escritores del país, razón
por la cual quienes escribían en esa publicación fueron llamados ?los
parricidas?.

En 1991, a Viñas se le otorgó la beca promovida por la John Simon
Guggenheim Memorial Foundation de Estados Unidos, la cual rechazó.

Frente al debate surgido por su postura, fue claro en sus razones para
no aceptarla: ?Un homenaje a mis hijos. Me costó veinticinco mil
dólares. Punto?.

Titular de la Cátedra de Literatura argentina de la Facultad de
Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, antes de fallecer
era asesor de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación y dirigía
una colección de historia argentina.

Si el pensador argentino Arturo Jaureche decía que muchos intelectuales
se subían al caballo por la izquierda y se bajaban por la derecha, Viñas
tuvo la virtud de romper esta regla y mantener su coherencia como
marxista crítico y heterodoxo.

A continuación Resumen Latinoamericano trascribe el ensayo "Rodolfo
Walsh, el ajedrez y la guerra", de David Viñas, incluído en uno de los
tomos de "Literatura argentina y realidad política".

"Recuerdo cómo salimos en tropel los jugadores de ajedrez... y cómo, a
medida que nos acercábamos a la plaza San Martín nos íbamos poniendo
serios y éramos cada vez menos, y al fin, cuando crucé la plaza, me vi
solo".
Operación Masacre





* El derrotero crítico de Walsh culmina en Operación masacre, de 1957,
ese testimonio fundamental que por su movimiento de página y por su
entonación se graba con nitidez en un curso trágico: el que inaugura
José Hernández con sus comentarios al deguello del Chacho Peñaloza en
1863, prolongado en el aguafuerte de Roberto Arlt con la descripción del
fusilamiento de Severino Di Giovanni en 1931. Esos momentos portan tres
blasones que corroboran las complejas y mediadas pero decisivas
relaciones entre la política argentina y el espacio textual: la
liquidación del gaucho rebelde, la eliminación del inmigrante peligroso
y la masacre del obrero subversivo. La carta abierta de Walsh a la
dictadura de 1977 ?al inscribirse en esa secuencia como cuarto blasón?
no sólo la continúa y ahonda sino que preanuncia ya el asesinato del
intelectual heterodoxo.

* Horacio Verbitsky es hoy el continuador más notable del periodismo
inaugurado por Walsh. Con una diferencia que correspondería destacar: en
sus denuncias y en sus crónicas, Horacio Verbitsky pone en movimiento
tal cantidad de datos y referencias que muchos de sus lectores tenemos
la sensación de que se enfrentan a una polvareda inconexa o arbitraria;
excepcionalmente Horacio Verbitsky propone o insinúa una síntesis o
algún foco que relacione esa proliferación. Corresponde preguntar, me
parece, si esa carencia reproduce los límites actuales de la izquierda
intelectual: ¿No hay ejes? ¿No hay proyectos? ¿Sólo los datos en estado
coloidal? Después de la muerte de Walsh, ¿ése es el síntoma de la
situación desarticulada de esa franja política y cultural? ¿O, quizá, la
puntuación que Verbitsky utiliza ?discontinua y quebrada? presupone una
figura simétrica o correlativa de la "fragmentación" convulsiva típica
del discurso oficial?

* Corresponde preguntar también, en este orden de cosas, si Walsh, con
los rasgos artesanales de su producción, representa una suerte de
cristianismo primitivo dentro de este linaje periodístico, ¿Verbitsky,
acaso, representa la institucionalización correspondiente al catolicismo?

* Con el paso del tiempo, el itinerario de Walsh va prescindiendo de la
creencia en la inmortalidad o "la gloria" entendida como fama póstuma
laicizada dado que cada vez más trabaja con la inquietante contingencia
de lo efímero y de la cotidiana fugacidad del periodismo.
Por este flanco, Walsh puede ser evaluado por consiguiente como la
figura antagónica de El triunfo de los otros: en esa pieza teatral, el
protagonista de Payró se lamentaba por su dependencia de los ritmos del
periodismo y, a la vez, exaltaba nítidamente los valores trascendentes
del libro.
Esa relación fetichizada con la propiedad literaria y "la firma del
autor" no sólo va definiendo a Payró y a los escritores canónicos, sino
que encuentra en Sarmiento ?como en muchos otros aspectos? el prototipo
fundacional: la obsesión en los últimos años del autor del Facundo
porque sus "hojas periodísticas sueltas no se vuelen" se repite como
exigencia en sus diversas correspondencias; el capital simbólico que se
ha ido imprimiendo en los diarios no se puede despilfarrar; urge
organizarlo sistemáticamente en libro. Al fin de cuentas, si aquellos
artículos sueltos representaban la base de su monumento, "el libro
encuadernado y con tapas" será parte integrante del metal de su propia
estatua (cfr. Michael Lowy, Pour une sociologie des intellectuels
révolutionaires, 1986).
En esta zona, la relación de Walsh con el libro institucional así como
su asunción del periodismo "intrascendente", corrobora finalmente sus
polémicas actitudes de iconoclasta: su palabra llegó a valer más que su
firma.

* Si Federico García Lorca sintetiza, tanto por su producción literaria
como por su asesinato a manos del fascismo español, a la generación del
27 en su país, Walsh condensa por sus textos y por su eliminación
ordenada por el fascismo argentino de los años 1976-83, la problemática
mayor, las búsquedas, aciertos y fracasos de los escritores de la
generación del 60. Los llamados parricidas por Emir Rodríguez Monegal.
Quiero decir: "la generación del Che".

* Una vez me invitó Walsh a vivir en su casa del Tigre. En esa época su
compañera era Piri Lugones. Y desde el comienzo, ese apellido turbador y
el escenario del Delta nos fueron situando alrededor de una letra
alegórica que solía deslizarse entre frustradas ironías hacia El
Tropezón. En los atardeceres en que Walsh arreglaba su bote, la figura
de Quiroga se sobreimprimía a la de Lugones; y entre ambas se iba
armando una tensión que a Walsh, divertido pero sombrío, le gustaba
exasperar: defendía con argumentos enmarañados pero convincentes el
distanciamiento de la ciudad practicado por "el cuentista selvático"; lo
justificaba por su ademán neobárbaro tan antivictoriano mientras aludía
a su propia destreza con las armas y en la pesca del surubí. Su fervor,
sin embargo, oscilaba entre el dorado y el pejerrey; y cuando se
internaba en el escabeche, ya parecía lograr mi aprobación a sus
autoabastecimientos y a su creciente adhesión a "lo elemental". Nunca
llegó a aludir a Conrad ni a Gauguin.

* Dos cuentos memorables, excepcionales, tiene Rodolfo Walsh: el primero
es Esa mujer, donde se produce una coreografía cargada de simetrías
entre el periodista y el coronel, y que concluye ?boxísticamente? cuando
uno de los contrincantes, en esa dialéctica mezcla de escolástica y de
marivaudage, logra quedarse con el centro del escenario mientras al otro
sólo le queda hacer mutis. En este sentido, Esa mujer se convierte en un
drama por el dominio del espacio textual.

* El otro cuento magistral de Rodolfo Walsh es Nota al pie: allí no sólo
ese recurso tradicional va acaparando el espacio destinado al texto
principal, sino que esa especie de nube corrosiva y proliferante que
sube desde el pie, condiciona una tensión narrativa que trasciende los
cuentos de Borges. Al fin y al cabo, el protagonista, Alfredo de León,
no se limita a sintetizar, simbólicamente, el itinerario de Walsh, sino
que (al situarse en el otro extremo del eficaz Daniel Hernández de
Variaciones en rojo), va dibujando un antihéroe análogo a Bloom, a K o
al tío Vania.

* Llegué a presentir en aquellos días que el humor cambiante de Walsh
coincidía con las alzas y bajas de las mareas: descendía el río y Walsh
se iba extendiendo en su hamaca y en sus opiniones sobre Hemingway. Y su
desaliento marcaba silencios intercalados apenas por uno de sus ademanes
más repetidos: apuntaba con el dedo a una torcaza que revoloteaba entre
los sauces; cerraba un ojo; iba recogiendo el índice: "En la ciudad yo
llego a perder el sentido" decía; "el problema es encontrar un conjuro".
La torcaza se había depositado en la rama más alta de un álamo.

* Variaciones, colección de asesinatos resueltos como juegos de salón,
no sólo remite a sus antecedentes británicos, sino a los crucigramas con
su apelación al ingenio, al home y a ciertas pistas enigmáticas. Pero
como género corresponde evaluarlo en virtud de su indirecta apelación a
un orden social amenazado. Daniel Hernández, esencialmente conservador,
con la solución de los enigmas, significativamente planteados en
interiores o casas de campo, restablece mediante su accionar "privado" y
amateur, los residuos de una confianza en el equilibrio de la sociedad.
Se trata de un Walsh que todavía creía que con el final del peronismo
1945-55 se iban a recuperar las "tradicionales virtudes patrias".

* La serie de los irlandeses no se limita a reproducir la figura del
semicírculo que casi rodea, acosa y termina por ser seducida por el
protagonista. Eso, también, es faena de Daniel Hernández que se prolonga
en el Gato. Pero el universo del colegio pupilo, si en la literatura
argentina me remite a lo más rescatable de Juvenilia, ineludiblemente me
reenvía, además, a ese fraseo de Maldoror: "Quand un éleve interne, dans
un lycée..."

* Si el trayecto interno de los textos de Walsh va dibujando el pasaje
desde el juego a la tragicidad, destaca, al mismo tiempo, el tránsito
del ajedrez a la guerra: lo policial ?como colección de estratagemas? se
desplaza del lúcido acertijo intelectual al comentario de la represión.
Como si Walsh fuese advirtiendo que aun Sherlock Holmes, positivista
darwiniano, drogadicto y seductor, se va convirtiendo en informante, en
aliado y en funcionario de Scotland Yard. Y que, incluso, en sus
momentos más crispados se troca en cómplice de torturas hasta terminar
como verdugo clandestino u oficial. Es lo que, por cierto, va de
Variaciones en rojo de 1953 a ¿Quién mató a Rosendo? del 69.

* Piri Lugones nos dejó solos en esa casa del Delta. Ella se había
trepado a la popa de una lancha y no dejó de saludarnos, mientras se
alejaba, alzando el brazo y dejando que el chal le revoloteara igual a
otro río diminuto, muy rojo. Walsh elogió, entonces, algunos cuentos de
Setenta veces siete; insinuó ciertos reparos sobre "el crujido de los
finales" y después se encarnizó con las subas y bajas de la Bolsa
literaria. Recuerdo que dijo "Más veloces y más injustas que las mareas
del río". Y como ese atardecer le tocó el turno al ascetismo que Walsh
defendió con un fervor jansenista a medida que se entusiasmaba con la
palabra "despojado" y el paladeo de algún verso de Shelley que se
escandía sobre el antebrazo desnudo, yo fui proponiendo "Gallegos",
"Pico Truncado" y "Cañadón de la Yegua Quemada" El prefirió el "Gran
Valle". Pero ahí nos reencontramos: entre los matorrales y los caballos
que galopaban sin levantar polvareda. Él se inclinaba por los zainos; yo
por los alazanes. De ahí pasamos a nuestros colegios de curas: él se
enterneció con el Padre Dollans que hamacaba sus caderas de matrona al
tocar el armonio a pedales o cuando se señalaba la punta de los zapatos
hablando del infierno. Yo me demoré demasiado con el Padre Adij y su
breviario forrado con hule.
Al anochecer, mientras yo me trepaba a una silla para enroscar la
bombita floja, Walsh se fue hacia el borde del río: allí se sentó en la
punta del muelle de madera. Se puso a pescar. Doblaba el cuerpo sobre el
agua. Parecía muy atento a su caña y a la marea que iba subiendo.

* La muerte, en Variaciones, no es mucho más que el disparador del
relato. Y está vinculada a sórdidas relaciones de hijuelas, albaceas,
herencias y propiedades. Después de 1955 y de Operación masacre, Walsh
no sólo se desliza desde la ciudad o de lo vacacional hacia el suburbio
?que nada tiene que ver con el de Gálvez, con el de Borges o con la
versión de Boedo?, sino que se multiplica e historiza hasta la
politización. Ya se ha insinuado: Holmes deja de fascinar a Watson; y la
novela policial de enigma se va trocando en novela negra. Hasta en esta
franja, el eje cultural argentino se fue desplazando de Europa hacia los
Estados Unidos. El renovado suburbio de Walsh es un escenario en el que
ya no hay un asesino solitario, sino donde se verifica que toda la
sociedad está mafisizada: policía, sindicatos, tribunales, ejército.
Vertiginosa comprobación que subraya el Bildungsroman vital de Walsh.

* Una conversión, quizá, más que un desplazamiento lineal, se puede ir
verificando en otras dos comarcas de la aventura de Walsh: desde la
aprobación del "heroísmo oficial" que publica frente a los
acontecimientos de 1955, y su contramarcha en dirección a las
investigaciones y denuncias de los fusilamientos de José León Suárez. Es
que en ese tramo fue advirtiendo que la ciudad escindida en fachada y
contrafrente (el carnaval y la favela en una dimensión latinoamericana),
al ahondar sus muescas permanentes, instauraba de nuevo el drama.
Análogamente el paulatino distanciamiento de la industria cultural a la
cual Walsh había estado vinculado al comienzo de sus publicaciones en
Leoplán y en Vea y lea, subraya ese circuito periodístico con rumbo a
Propósitos y a los semanarios sindicales.
El juego inaugural dejaba caer así los paréntesis alrededor del tablero,
y la ironía como economía de afecto se mutaba en un escenario desnudo
sin ripios ni treguas.

* El vuelo de pájaro es una constante en la manera de mirar en la
literatura argentina: se da en El matadero, se reitera en el Sarmiento
que contempla el cruce del Paraná por el Ejército Grande, se repite
también con Alberdi en su sobrevuelo del Aconquija. Quizá La Bolsa y
Lugones reproduzcan esa óptica que proyecta la perspectiva del narrador
omnisciente.
Walsh, mediante sus planos explicativos, inesperadamente incurre en ese
ademán. Incluso cuando describe una partida de ajedrez "vista desde
arriba". Parecería que allí sobrevive una dimensión teológica.

* En aquella semana del Tigre en compañía de Walsh, una noche nos
entusiasmamos elogiando a Eva Perón. Desproporcionadamente, por ahí,
pero era la única manera que teníamos de disminuirlo a Perón y de
conjurar su peso histórico que entonces nos abrumaba. Algo parecido nos
pasó con el Che: lo elogiamos con fervor y sin matices; pero a Walsh y a
mí, de pronto, también nos pareció que nuestro entusiasmo era excesivo.
Pero no contábamos en aquella época con otra forma de ser reticentes con
Fidel Castro. "¿Es un juego?" Walsh me dijo que sí y se rió con acidez;
y se largó a imaginar una pareja de Eva y el Che. Aunque al final ?ya
iba amaneciendo y alguien nos llamaba desde el río? sugirió que ese
presunto casal hubiera resultado un asunto incestuoso.

* Una suerte de "genealogía" se puede verificar en la serie pueblerina
de Walsh: la que entreteje Fotos con Un nieto de Juan Moreira (ya sea
por el nombre del protagonista ?Mauricio?, ya se trate de las
referencias al comisario Barraza). El otro extremo de ese linaje es el
pueblo de Manuel Puig.

* Desde la vertiente del don la literatura argentina exhibe tres
"manchas temáticas" fundamentales: violación (1840), conquista (1880) e
invasión (1890); desde la perspectiva de los prontuarios, esos núcleos
?en lo esencial? van enhebrando la persecución (1870), el fracaso (1930)
y la represión (1976).

* Esa mujer resulta el capítulo sobreviviente de una crónica más con los
rasgos de Operación masacre, Satanowsky o Rosendo. Sin la entonación
populista de esta serie (condicionada por los medios donde se publican y
por el público al que se apela), conserva un rasgo que tiene algo de
residual: las alusiones a un cadáver que en Variaciones funciona como
disparador del relato clásico policial. Cierto: aquí, en cambio, se
trata de una ausencia-presencia aunque el "¿dónde?" reiterado remite a
la constante walshiana del mapa que reordena el espacio. Incluso, las
alusiones a esa mujer ausente se entretejen con "la mujer del coronel",
borrosa y apenas una voz, con "mi hija" ?ausente también? "en manos de
un psiquiatra", y con el "mayor X" que "mató a su mujer".
A partir de ahí, se podría sugerir el recorrido a lo largo de la
totalidad de los textos de Walsh: desde la convencional Herminia ?de
Asesinato a la distancia? "con los brazos llenos de flores" mientras "la
brisa matinal agitaba sus cabellos rubios, de reflejos cobrizos, y en su
cara de delicados rasgos se reflejaba una perfecta serenidad"
(¿idealizada-escurridiza "versión" de Victoria Ocampo en su quinta Junto
al mar?), pasando por la ya aludida Celia Ahumada, "guerrillera" de La
batalla, hasta llegar a las madres borrosas de la serie irlandeses (a
las que se ama y en las que se caga). Y luego preguntar: lo fundamental
de los textos de Walsh, ¿exhibe un universo de men without women? ¿Se
trata de un residuo literario machista, "tímido" o de alguna incomodidad
retórica?

* "Me descifro en mi testamento", podría decirse de esa peculiar "carta
abierta" que es Nota al pie. También aquí las mujeres ?"ya no"? implican
"un punto doloroso". También: poco verosímil ese obrero que proviniendo
de una gomería se convierte en traductor (¿concesión a un presunto
obrerismo o alusión al eventual borramiento?. Memorable interjuego entre
el dinero y las palabras y sus vertiginosos significados. Excelente ?y,
sí? que hablando "desde la experiencia", Alfredo de León no dé consejos.
Así como evidente la colección de suicidios que rescatan la imagen del
protagonista y cuyo antecedente mayor es Fotos.

* El desplazamiento de Walsh desde Variaciones hacia Operación, además
de inscribirse en su propia revisión del peronismo luego de 1955,
corresponde contextuarlo en el impacto latinoamericano de la revolución
cubana de 1959. Porque si allí hunde sus motivaciones el documentalismo
de Cimarrón de Miguel Barnet, ocurre algo análogo con La hora de los
hornos y La patagonia rebelde. Por sentido contrario, La batalla se
frustra dramatúrgicamente al no lograr verosimilitud su dictador a lo
Tirano Banderas o Señor Presidente. Así como la vehemente e increíble
Celia en su rol de militanta y protoguerrillera. Desde el lenguaje
vacilante entre el uso de un "tú" genérico y un "usted" desabrido, se
advierte un proyecto latinoamericanista que, en función de presuntos
"universales", prescinde sin reemplazarlos de los "localismos"
(particulares) que en La granada hasta funcionan escénicamente con
motivo de su estreno.

* El agresivo cuestionamiento que le hace Walsh a Murena en 1956 resuena
como el conjuro de uno de los posibles que lo tentaron desde Sur y de La
Nación. Walsh conoce esos espacios del liberalismo tradicional desde
adentro; sabe de su confortabilidad, de sus complicidades y de sus
miserias. Y su cuestionamiento a Murena es otra forma de tomar distancia
respecto del poder cultural. Sobre todo que Murena, en ese momento, es
visto y valorizado no sólo como "la joven promesa", sino como el
escritor estrella, figura de marketing poco conocida entonces, y que
después proliferará con rasgos cada vez más espectacularmente triviales.

* Además de un número reiterado y enigmático (ciento treinta páginas
traducidas, ciento treinta libros traducidos también, ciento treinta
alumnos en el colegio irlandés), la trascendencia de El aleph borgeano
?del que Walsh proviene?, en Un oscuro día de justicia se dispara de
manera alucinante hacia "el profético ojo del nautilo".

* Toda la literatura de libro conserva y cultiva notorios residuos de
"la torre de marfil": ese mismo volumen encuadernado y más sólido tiene
mucho de sagrado, prolijo y defensivo. La tapa tradicional ostenta un
diseño de marquesina de teatro con el título de la obra y la
corroboración del autor. También suele parecer un cofre o un
portarretrato. No digamos si la foto del responsable reposa en la
cubierta o se disimula a medias en esa especie de bambalina representada
por la solapa. Con la foto en la contratapa, el libro suele aludir al
mazo de naipes de algún prestidigitador. Y qué decir del texto que ahí
se imprime, generalmente redactado o inspirado por el autor (especulando
con la imagen de sí mismo con la que quiere ser visto) y que suele ser
tan convencional como las explicaciones que se imprimen en los programas
de mano de los teatros. "Todo el libro, en fin, tiene un aire de
afectación" (cfr. Daniel O'Hara, The Romance of Interpretation, 1985).

* El libro como tal, entonces, no sólo cultiva un aire confidencial que
generalmente se comprueba en su arquitectura que, desde una perspectiva
urbanística, suele resultar abollada. De esos términos Walsh fue cada
vez más consciente. Y más crítico. Y en su pasaje definitivo hacia el
periodismo heterodoxo llegó a presentir que realmente se iba exponiendo
a "la luz pública" como alguien maquillado que sale de su casa para
entrar a la calle.

* Alguna vez el mismo Walsh aludió al parentesco del libro tradicional
con la pintura de caballete asociando, en cambio, la escritura
periodística al muralismo: era el escritor consabido que optaba por la
coralidad; un modelo anterior que se reiteraba en la Argentina definido
por el tránsito desde la literatura como vanguardismo a la literatura
?en circunstancias que se exasperaban? vivida como guerra civil.

* Al final de su itinerario, Walsh alude a su pasaje desde "los tiempos
de la inocencia" hacia el duro y lúcido reconocimiento de la historia,
la ciudad y el mercado. Podría decirse ?glosando un texto clásico? que
en 1977 Walsh ya "sabe los grandes secretos del poder de la burguesía".

* Si recorremos por última vez la cartografía de la literatura argentina
a partir de sus contradictorias relaciones con la política y el Poder,
se podría ir formulando ?al evaluar las diversas prácticas de Walsh? una
suerte de ecuación: a mayor criticismo y heterodoxia, mayor riesgo de
sanción. El típico estar fuera de lugar de los escritores heterodoxos de
la Argentina al estilo de Martínez Estrada debería traducirse aquí como
un réquiem o un epitafio.

* En una última (o penúltima) instancia, si tuviera que simbolizar el
itinerario de Walsh, echaría mano de escenarios de la Biblia. Con una
cita de Daniel arranca Walsh. Entonces, uno, el inicio como descifrador
frente al semicírculo de los cortesanos de Nabucodonosor. Dos, hacia
1956, y mediante Operación, el camino hacia Damasco. Y tres, por último,
con su carta abierta a la Junta Militar, en 1977, el sacrificio del Gólgota.

* No postulo aquí la comunión de los santos. Pero tanto en su travesía
como en su producción, Walsh, no sólo descalifica la teoría de los dos
demonios que equipara de manera simétrica y fraudulenta la subversión
libertaria con el terrorismo de Estado, sino que, a la vez, reactualiza
"la violación" mediante la cual El matadero y la Amalia inauguran con
perfiles propios a través de una mutación de la literatura argentina.
Claro: pero invirtiendo la violencia que si en Echeverría y en Mármol se
producía desde los de abajo hacia el cuerpo y la vivienda de los
señores, en 1977 se ejecuta desde el Poder en dirección a un escritor
crítico.

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