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lunes, 6 de octubre de 2014

La abuela que no pudo parar la rueca de la historia.

COMPAÑERA MARY PRESENTE



(AW) Murió la abuela de Walter Bulacio. Consagrada a la militancia compulsiva y luego de cuerpo y alma hasta su último suspiro. Una abuela sin su nieto. Una abuela, como dice este bello recuerdo que nos ofrece Correpi (coordinadora contra la represión policial e institucional) "....que consagró los últimos veinte años de su vida a darle sentido a la vida de una generación"
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 Transcribimos.
 Por Correpi.

"La gente se muere". Es una verdad de perogrullo. Se mueren y listo, la rueca de la historia no para, la vida sigue.
Pero ¿qué pasa cuando se muere una luchadora?
¿Qué pasa cuando se muere una viejita que consagró los últimos veinte años de su vida a darle sentido a la vida de una generación?
Hay un momento en que se para todo. En que uno se pone al costado y mira para atrás y necesariamente reencuentra esas tardes de marchas multitudinarias detrás de una bandera emblemática: YO SABIA QUE A BULACIO LO MATO LA POLICIA .
Y sigue viendo esa cara chiquita, extremadamente humilde y sufrida, detrás de esos anteojos que le sirvieron para conocer las atrocidades de un sistema aniquilador y desquiciado que se comió primero a su entrañable Walter y después pretendió comerse a su sencilla consecuencia.
La última vez que se paró detrás de aquella bandera agradeció, lejos de los estrados dónde huele a detritus legislado y de las moquets de los despachos oficiales dónde se respira hipocresías.
Agradeció en la calle.
A los miles de pibes que aún sin conocer a Walter, se sabían un poco él, a cada uno agradeció.
No por los decretos ni las sentencias que llegan mal y tarde. No por las caras y los discursos oportunistas, esos de circunstancias que se disparan delante de una cruz y a un costado de una prolija bandera.
Agradeció por las zapatillas gastadas contra los adoquines cuando el vértigo de la época ordenaba caminar con zapatos y por la vereda.
Agradeció por las gargantas saturadas de exigencias, cuando el silencio domesticaba las bocas de los cagones.
Agradeció por más de un chichón o una flor de goma estampada por no admitir quedarse en casa asistiendo al triste espectáculo de ver pasar la vida antes que protagonizarla.
Agradeció por no dejar morir a su nieto.
¿Si supo bien qué fue lo que pasó hace justo un año? Poco importa.
Ella supo lo más importante, lo que pasó desde aquél Abril de hace más de 22 años.
Supo del dolor inmenso, de la indignación inacabable, de la desmesura del crímen que serpentea en las entrañas del estado.
Y supo que los criminales de uniforme son cobardes que especulan, que se arrastran por los pasillos como perros asustados, que se van a morir y sus huesos no servirán ni para abono.
Pero supo también de la voluntad inquebrantable, de la amorosa obstinación y la imprescindible perseverancia, de la prepotencia de la lucha organizada, de no aflojar, de seguir, de vivir en serio.
La gente se muere, es una verdad de perogrullo.
Quien lucha, no.
Compañera Mary, abuela querida... PRESENTE!
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Por Correpi.
Abuela de todos

Compañera Mary, ¡presente!
“Yo aprendí a luchar cuando la policía mató a Walter”, decía Mary cuando le preguntaban de dónde sacaba la fuerza. Tenía 62 años cuando su nieto de 17 fue asesinado por la policía. A partir de entonces, su cara humilde y sufrida, detrás de esos anteojos que le sirvieron para conocer las atrocidades de un sistema aniquilador y desquiciado, se convirtió en el ícono de la lucha antirrepresiva. Hoy, a los 85, su cuerpo dijo basta.
Por 23 años, sin flaquear jamás, levantó la bandera de Walter y encabezó movilizaciones, escraches y marchas. Con su escaso metro cuarenta, se plantaba frente a las vallas, frente a las comisarías y los juzgados, y su estatura era inmensa cuando acusaba con su voz tan finita como firme. Ella sabía que a Walter lo mató la policía, y lo gritó por más de dos décadas.
Mary era una mujer del pueblo. Una trabajadora –trabajó en relación de dependencia hasta bien pasados los 70-, que comprendía muy bien por qué y para quién reprime la policía. Y se lo decía a los pibes que en cada marcha la saludaban con una sola palabra repetida: “...Abuela, abuela...”.
Siempre estuvo primera detrás de la bandera, y siempre lejos de los estrados y los despachos oficiales que respiran hipocresía. Confiaba sólo en la calle, en el barrio, en los pibes, en sus compañeros y compañeras de militancia.
Siempre se preocupó por agradecer. En cada marcha, agradecía en la calle, a los miles de pibes que no conocían a Walter pero venían. Agradecía por las zapatillas gastadas contra los adoquines, cuando la lógica ordenaba caminar con zapatos y por la vereda. Agradecía las gargantas saturadas de exigencias, cuando el silencio domesticaba las bocas. Agradecía por no dejar morir a su nieto. Y contaba a quien la quisiera escuchar que veía a Walter en cada pibe, y al comisario Espósito en cada policía.index
Mary supo del dolor inmenso, de la indignación inacabable, de la desmesura del crimen que serpentea en las entrañas del estado. Supo que los criminales de uniforme son cobardes que especulan, que se arrastran por los pasillos como perros asustados, que se van a morir y sus huesos no servirán ni para abono.
Pero supo también de la voluntad inquebrantable, de la amorosa obstinación y la imprescindible perseverancia, de la prepotencia de la lucha organizada, de no aflojar, de seguir, de vivir en serio.
Mary Bulacio –María Ramona Armas de Bulacio, según su documento- supo de la dignidad y fue ejemplo de lucha para varias generaciones.
Hace muchos años que el cuerpo le aflojaba, pero se enojaba con nuestros cuidados (“No soy una vieja para ir en silla de ruedas, yo voy a caminar hasta Plaza de Mayo”, nos reprochó cuando quisimos evitarle la caminata). Y nos insistía: “Yo voy a seguir marchando hasta que condenen al comisario, o hasta que Tamarita pueda seguir sola”.
El año pasado, desde la cama, siguió la transmisión en vivo del juicio, y supo que había que seguir en la calle, marchando, organizándose. Tamara, hermana menor de Walter, ya ocupa su propio lugar en CORREPI. Mary puede descansar.
La gente se muere, es una verdad de perogrullo. Los que luchan, no se mueren.

Compañera Mary, abuela querida... ¡PRESENTE!

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